Al hablar de relaciones entre perros y educación canina, se suelen escuchar dos conceptos muy populares y con implicaciones distintas sobre el propio perro: socializar y sociabilizar. Socializar equivale al proceso de acompañar a un perro en su aprendizaje y adaptación a las normas de comportamiento de su entorno para lograr una buena convivencia, algo necesario para el bienestar de cualquier perro (y persona), ya que si no conoces las reglas no podrás relacionarte adecuadamente. El segundo concepto, sociabilizar, es el proceso que pretende hacer sociable a un perro con el objetivo de que sea más extrovertido, más abierto socialmente (lo opuesto no sería ser alguien conflictivo, sino alguien introvertido, más selectivo con sus relaciones, pero en ningún caso debe vincularse a tener una mala convivencia).
Teniendo esto en cuenta, podemos establecer dos premisas sobre la necesidad o no de estos procesos: “socializar” es una necesidad básica para todos los perros, sean extrovertidos o introvertidos; en cambio, “sociabilizar” seguramente no es nada necesario para un introvertido (quizá sí para algunos tutores y sus expectativas de convivencia: quiero que mi perro sea más sociable porque no puedo vivir las experiencias que pensé que compartiríamos).
Por mi experiencia, forzar a alguien a relacionarse con quien no quiere tiende a potenciar su rechazo social y la intensidad de sus reacciones. Del mismo modo, no cubrir las necesidades sociales de un perro altamente sociable tiende a ocasionar otras dificultades asociadas a la frustración o la tristeza. Ser extrovertido o introvertido forma parte de la personalidad de cada individuo, y proponerse modificar esa personalidad mediante la sociabilización no equivale a que el perro sea más feliz.
Debemos focalizarnos en quién es el perro para poder evaluar su necesidad social real y así ofrecerle experiencias donde sea capaz de encontrar estrategias que le permitan afrontar los encuentros sociales de forma gratificante o menos incómoda. Cuando sabemos acompañar de forma adecuada, un perro extrovertido adquiere muchas más habilidades sociales, y un perro introvertido es más capaz de evitar los conflictos.
Imagina que eres introvertido y te fuerzan a ir recibiendo abrazos por la calle. En pocos días acabarás enfadándote con quien se cruce en tu camino ante la posibilidad de que te abrace. Pues esto es similar a forzar aproximaciones obligando a que dos perros se huelan o compartan un espacio reducido, pretendiendo que así aprendan a disfrutar de las relaciones.
Quiero hacer un apunte sobre la herramienta “bozal”, demasiado utilizada para sociabilizar: emplearlo de forma deliberada para forzar una aproximación una aproximación en la que sé que habría mordida si el perro no llevara bozal, significa que esa situación está por encima de su capacidad de gestión y será una mala experiencia que en ningún caso mejorará su sociabilización. Utilicemos el bozal cuando es necesario y no para intentar modificar a nadie.
Los procesos de sociabilización son algo habitual en la educación canina clásica, donde no prevalece el respeto por quién es el perro y se propone modificarlo para cubrir expectativas humanas a costa de su bienestar. He visto a muchos perros que ya no tienen conflictos, pero no porque disfruten, sino porque están sometidos y rotos emocionalmente, y sus tutores ni siquiera son conscientes de su malestar. Un educador respetuoso y actualizado nunca te ofrecerá este servicio; sí te propondrá un proceso de socialización respetuoso.
Porque los procesos de socialización son imprescindibles para el bienestar de perros y personas, necesitamos aprender las normas de convivencia para así encontrar nuestras estrategias sociales dependiendo de quienes seamos.
Los estudios basados en el análisis del comportamiento de perros libres describen que son animales sociales y gregarios, que entre perros desconocidos tienden a evitar el encuentro ya sea alejándose o ahuyentando al otro, y que establecen relaciones después de varios encuentros y por un interés común, siendo el conflicto su última opción. Pero la realidad es que, a pesar de lo descrito anteriormente (sociales, evitan conflicto…), muchos de los perros con los que convivimos tienen dificultades sociales. Esto se debe a que nuestros perros se ven forzados a interactuar continuamente con perros desconocidos, a escasa distancia, atados a una correa que limita sus estrategias y sin un grupo social adecuado con el que aprender a comunicarse y relacionarse.
Consideremos también que un “buen comportamiento” se determina según nuestras normas humanas y no según la naturaleza de su especie. Por ejemplo, se juzgan como malas conductas y se corrigen cuando el perro gruñe o tira de la correa para evitar un encuentro, algo natural como perro. Y además de juzgarlos mal, esa gestión por nuestra parte también conllevará mayores dificultades sociales para el perro.
Para socializar es imprescindible que los tutores sepan quién es y qué necesita el perro, qué le interesa y cómo se siente, cuáles son sus capacidades y sus límites, cómo se comunica. Es responsabilidad de los tutores aprender a ofrecerle las experiencias sociales adecuadas que le permitan aprender a convivir, ya que en nuestro mundo los perros dependen de nosotros.
Y esto nada tiene que ver con el adiestramiento, la obediencia o la modificación de conducta. Esto tiene más que ver con el constructivismo, la corriente de pensamiento que propone como metodología de aprendizaje social la construcción de experiencias donde el perro libremente pueda aprender a través de poder decidir y probar, acertar y equivocarse, con una mínima intervención por nuestra parte. El objetivo es que el perro aprenda habilidades sociales siendo más autónomo y capaz de autogestionarse dentro de unas normas/límites de convivencia.
Para determinar qué experiencias sociales son las adecuadas, el factor clave es la individualidad. Dependerá de cada perro qué vivencias ofrecerle. Insisto: no socializamos para que desee estar con otros perros, sí lo hacemos para que pueda tener herramientas que le permitan convivir con el máximo bienestar y el menor número de conflictos.
Podemos diferenciar dos tipos principales de aprendizaje social respetuoso: el observacional y el experiencial. El primero es un buen punto de partida para perros con mayores dificultades sociales o para tutores inexpertos/inseguros: se trata de exponer al perro a una distancia desde donde pueda observar a otros perros interactuando y sin ninguna intención hacia nosotros. A través de esta metodología buscamos tres objetivos principales: que sienta que puede confiar en nosotros, ya que no le expongo innecesariamente a situaciones que le preocupan; que pueda observar y aprender cómo actúan otros perros entre ellos; y que pueda contagiarse de las emociones positivas que desprenden esos perros. No estamos buscando “amigos”, estamos buscando una observación del comportamiento social y reducir preocupaciones y estrés. El riesgo de este método es que nos quedemos estancados en este punto al sentirnos cómodos y seguros, y esto impida que el perro evolucione.
En los procesos de aprendizaje experiencial, relaciones reales entre perros, no se trata simplemente de “juntar perros y que se entiendan”, ya que esto a menudo propicia la aparición de más dificultades sociales. Debemos propiciar experiencias adecuadas para favorecer el aprendizaje. Aunque no me gustan las pautas generales porque olvidan la individualidad, os detallo algunos factores fundamentales para llevarlo a cabo:
- Encuentros sin correa para permitir el movimiento y la comunicación, o utilizar cuerdas largas y arnés si no lo podemos dejar libre (las correas cortas impiden el aprendizaje social porque son incómodas, limitan y condicionan cómo expresarse y relacionarse).
- Relaciones frecuentes con perros a los que pueda conocer progresivamente y evitar las multitudes.
- La variedad aporta equilibrio: perros de distintas edades y personalidades permiten aprender a relacionarse de forma más coherente.
- Tener en cuenta en qué momento del día el perro está más predispuesto a vivir y aprender de las nuevas experiencias, y no sobrecargarlo con exposiciones prolongadas.
- Buscar un entorno seguro y tranquilo (¡el pipicán no suele ser ese lugar!).
- Evitar ser tú quien sobreestimule al perro (hablándole, tocándole, dándole premios, tirando una pelota…), ya que suele ser la principal causa de conflictos entre perros.
- Evitar las correcciones y castigos (no aportan ningún aprendizaje social y, en una situación difícil, debes ser una ayuda y nunca otro problema).
- Ayúdale y respeta siempre que el perro quiera distanciarse y salir de esa experiencia.
Olvidémonos de la idea de que todos los perros deben gestionar todas las relaciones de forma óptima, porque eso es una expectativa irreal tanto para perros como para personas, y suele ir asociado a una convivencia poco respetuosa. Si aceptamos el nivel de sociabilidad del perro con el que convivimos y no le forzamos a ser quien no es, podremos ofrecerle unas relaciones sociales adecuadas y evitaremos la conflictividad.
Si has leído hasta el final, ¡espero que mis reflexiones te ayuden a mejorar vuestra convivencia!
2 respuestas
Es muy esclarecedor y muy lógico.
Y la exposición es perfecta .
Muchas gracias Leticia!